22 mayo 2005

Todos los días, cuando voy a mi trabajo, paso por esa calle.
Hasta la semana pasada, antes de llegar a la esquina de Pichincha, había allí unos 5 ó 6 colchones y aproximadamente el doble de personas, la mayoría hombres. Muchas veces, los vi dormir debajo de la lluvia, con la cajita de vino próxima a sus cuerpos. A algunos los reconozco, los veía cuando llevaba a mi hija a la plaza 1º de Mayo. La plaza era el primer lugar que ellos habitaban, antes de que la enrejaran y los desplazaran hacia el frente de ese local abandonado. A mitad de la semana pasada, al pasar por ahí, me sorprendió su ausencia. Giré la cabeza y vi por la luneta del taxi una especie de muro que abarcaba el perímetro exacto que los hombres ocupaban, un alto cerco de paneles de chapa que llegaba hasta el cordón. Cuando escucho que alguien habla, cuando yo misma pronuncio las palabras "exclusión social"sólo tengo ante mis ojos una idea. Esa mañana descubrí la diferencia entre pensar acerca de algo y experimentarlo. Lo primero que me pregunté es ¿hacia dónde los empujaron? ¿Qué lugar más lejano del ojo les corresponderá habitar? Surgió la duda. ¿Cuál es el lugar que se le asigna a lo que no queremos ver, lo que afea el paisaje? ¿Todavía hay lugar para seguir barriendo debajo de esta alfombra?

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