07 diciembre 2006
Algún puerto, o la barca misma
Leo que la guerra de Troya se considera el deslinde entre la edad mítica griega y la heroica, o protohistórica. Pero es Homero -un poeta- quien la narra. Así, la literatura, que es simulacro, toma la posta del mito, el simulacro de los dioses, lo continúa, se convierte en ese espacio supratemporal donde todo vuelve a suceder. Por vez primera. Cada vez. Toma el lugar, y la función.
Toda la historia es relato, siempre. Tal vez nos llega de ese modo, simplemente, porque el tiempo pasado es irrecuperable de otra forma que no sea atravesado por la mirada y las voces de los hombres, de algunos hombres que intentan, como los dioses, fijar algo que resista el abandono insuperable del presente.
La historia como ese río en el que nunca volveremos a bañarnos, nunca idéntico, incapaz de detenerse, salvo en pequeños instantes en los que algo late, como late lo que vive, en el simulacro de la literatura.
¿No es ése, al fin, el juego del Tiempo en el que sólo nos pertenece ese pequeño fragmento del instante presente, constantemente renovado y otro?
¿Y si seguimos mintiendo, entonces, o aún diciendo la verdad, y si lo hacemos sostenida, reiterada, compulsiva, inevitablemente, será posible que algo -algo pequeño, fragmentario pero algo al fin- quede?
Me estoy haciendo otra pregunta: ¿algo quedará?
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2 comentarios:
Me da la impresión de que lo único que hay es el presente constantemente renovado.
Los hilos del recuerdo, o sea, el tiempo,
no es otra cosa que una inmensa tela,
una "fabricación", una farsa,
un escenario de gran cuadro,
tan pero tan grande que no podemos verlo en su totalidad,
lo vamos viviendo, creemos incluso que de atrás a adelante,
o peor aún de izquierda a derecha,
Un cuadro para que jueguen los personajes.
El tiempo, lo mismo que las tres dimensiones, nos ayudan a jugar con la sombra que creemos ser.
Y nos envuelve en un sutil engaño, que a golpe de deseos a cada rato se renueva,
no permitiéndonos percibir
que
hay un titiritero,
que es lo que somos
y que olvidamos ser,
dejándonos engañar por los dioses,
por Dios,
por cualquier existencia concreta. Afán de seres hambrientos.
Siempre deseosos.
Humanos, animales, plantas...
Hambre imprescindible para que el gran juego continué.
Cuando me de cuenta de que estoy detrás, dejará de preocuparme que algo quede.
"La historia no tiene ninguna razón esencial para distinguirse de la literatura". Sí, Calasso, otra vez.
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