18 mayo 2007

Ecos


Aquí el interminable pasadizo
donde los cuartos enlazan su vacío.
Convoco con señales aprendidas
(vanamente, como se ha de aprender
cuando se es niño
un burdo truco de baraja)
los trabajos del lacre
el sello
la metálica traba
de una puerta disuelta por el tiempo.
Nada se oye. Al vacío
se le pliega ese silencio que imagino
como un árbol nudoso.
No te llamo. No extraño
la vecindad amable del cuerpo o del espíritu
me sorprende, de noche,
como un ladrón que intrusa
mis más secretos bienes
la escrupulosa obsesión de este desierto.

3 comentarios:

Ruth dijo...

Bellísimo poema, pero era justo uno de los que, en este preciso momento, estaba huyendo de leer.

Vero dijo...

Me sorprendió lo del silencio como un árbol, pero después pensé, está bien, qué otra cosa puede habitar el desierto. Además, sin duda, el silencio es corpóreo. Bello, sí.

Persio dijo...

El visitador olvida pronto los desiertos que deja atrás