La despedida es todo lo que sabemos del cielo
y todo lo que necesitamos del infierno.
Emily Dickinson
Echa un fino hilo de agua
endulza
con cristales de azúcar
la verde yerba seca
revuelve
con el tubo de alpaca
la pequeña y humeante calabaza
y la extiende
con una mano temblorosa
hacia la mano indiferente de la amiga
los chicos gritan y se ríen
desde el patio contiguo
rayos del último sol
bañan su pelo y la crispada
actitud de su rostro,
cuando fuma.
Preferiría no saberlo; que nunca, nunca,
nunca, jamás me lo haya dicho
pero ahora, no sé...
¿de verdad, vos pensás
que debería agradecérselo?
La pregunta se enrieda,
como el humo en el aire
cierra un círculo.
¿A quién le importa la verdad
salvo que alivie algún dolor, a quién
salvo a quien deja con un gesto
un sólo gesto
tu vida atrás? No sé,
ahora ya no sé.
Las cortinas se inflan
como blancos fantasmas que pugnan por entrar
en la sombra creciente
de una rara y helada
tarde de fines de febrero
el coro de los pibes es un timbal que acopla
detrás de cada una
de estas pocas
lágrimas sin sonido, y ya sin rabia.
No sé. Vivir es una mierda.
No me digas
nada consolador,
por dios. Te pido. Nada.
En la ventana el cielo
ensaya una acuarela desvahída.
Lanza un grito hacia el patio
y baja
con infinita calma las persianas,
con un tirón nervioso
se acomoda el abrigo
sobre los hombros que desnuda
un vestido floreado que ya fue.
¿Caliento un poco el agua?
24 febrero 2008
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
1 comentario:
No. Así está muy bien.
Para mi sin azúcar, por favor.
Besos.
Publicar un comentario