Subiste a ver
había luz
se oía desde lejos
una música extraña
un aire de free jazz
sin una organizada melodía
con un extenso solo donde el saxo
parecía gritar en los agudos
y escupir,
en los graves,
una retenida maldición
contra la luz del día,
no debiste golpear
la puerta estaba abierta
flotaba en el ambiente
la liviandad de un humo conocido
siempre amable
aromático
no hizo falta que hablaras
ni dijeras tu nombre
algunos lo sabían demasiado,
otros jamás se cansarían de ignorarlo
intentaste acercarte
a quien te pareció más dentro de este mundo
preparaba café
lo servía, despacio
en unas grandes tazas blancas
era una suerte de niña envejecida
o veterana de guerras juveniles
todavía en reserva, por si acaso
-no, por dios,
no uses la cuchara
como no sea sólo para servirte
el azúcar, no revuelvas con ésa
el fondo de la taza-
y te empujó apenas con el hombro
para salir de allí, con la bandeja
a llevar el café, hasta la sala.
Quedaste a solas, en la cocina
apoyaste las manos sobre el mármol
y observaste tus uñas
los nudillos oscuros de tus manos.
Después fue lo que antes había sido,
un rapto de sentido en un abismo
descolorido y líquido,
el lamento de bronce de Archie Sheep:
cuando algo duele así,
no es posible que suene de otro modo.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario