15 mayo 2007
De Las bodas de Cadmo y Harmonía
Si tuviéramos que definir, por un viejo hábito, lo que ha sido el dios para los griegos, podríamos decir, utilizando el rasero de Occam: todo lo que nos aleja de la sensación media de vivir. "Junto a un dios siempre se llora y se ríe", leemos en "Ayax". La vida como pura continuidad vegetativa, mirada opaca que se posa sobre el mundo, seguridad de ser uno mismo, aunque no se sepa lo que se es: todo esto no necesita al dios. Aquí interviene el espontáneo ateísmo del "homme naturel".
Pero cuando algo indefinido y poderoso sacude la mente y las fibras, hace temblar la jaula de los huesos, cuando la misma persona, un instante antes torpe y agnóstica, se siente alterada por la risa y por la locura homicida o por el delirio amoroso o por la alucinación de la forma, o se descubre invadida por el llanto, entonces el griego reconoce que no está solo. Hay alguien a su lado, y es un dios. Ahora la persona ya no tiene aquella tranquila nitidez que percibía en los estados mediocres de la existencia, sino que esa nitidez ha emigrado al compañero divino: brillante y dibujado en el cielo es el dios, nebuloso y confuso es el que lo ha convocado.
Roberto Calasso
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3 comentarios:
La palabra "entusiasmo", si no me equivoco, quiere decir exactamente eso: literalmente, algo así como "estar poseído por un Dios".
Me interesó el blog; seguiré leyendo; muchas gracias.
Me gusta la aclaración, "por un viejo hábito". Porque en verdad se trata de definir lo indefinible. Hermoso, gracias.
Leo de nuevo. "la jaula de los huesos", hay en eso, en es uso de la palabra, algo divino, entonces, porque me estremeció.
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