El suave roce del follaje de una encina,
la gota de aceite que hará brillar el bronce
y reflejar en él la luz.
La altura o el color que alcanzarán las llamas en la pira
o el dibujo, que más tarde, formarán las cenizas
dispersas en el suelo.
El rumbo que tomen las aves.
La conmoción sonora de los truenos
o el fulgor del rayo, en la negrura.
La forma de las nubes.
Las primeras palabras que pronuncie
el primer hombre que, por azar, se cruce en tu camino.
El exacto hexagrama que edifiquen
las varillas que sostienen, sobre un paño sedoso,
unas manos antiguas y amarillas.
La borra del café.
La posición de Venus
y el lugar que el astrólogo
le dé a Marte en sus mapas.
Las líneas que recorren las palmas de tus manos
y de las mías.
La imagen que aparezca al dar vuelta la carta.
Todo se confabula: acuerda lo de arriba y lo de abajo.
Y sin embargo, huyes de esa grieta
cegado, entre vapores, porque has visto su alma en un resquicio.
El deseo es un río, de cauce alucinado,
que reniega del mar.
07 junio 2005
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
2 comentarios:
Aunque a veces el deseo, conduce al mar,
si lo lleva un camino con corazón
El poema es muy hermoso
Publicar un comentario