15 agosto 2005

Ultima cena


No es el plato frugal
ni la oración devota
no es la debida y otorgada reverencia
al pan que dios provee
para nutrir el cuerpo de los hombres,
tampoco el deslumbrante
silencio del convento a mediodía.
Cuando el sol ilumina el refectorio
se ven labios sellados y miradas furtivas.
En las almas avaras de pasiones
la impaciencia es tan cierta
como el rastro ondulante
que deja sobre el suelo la serpiente.
Los Dominicos eluden con los ojos
la cena que Leonardo no concluye
(aunque el hombre de fe siempre confíe
en rozar el corazón de un gran secreto
y sentirlo latir bajo su mano)
El Cristo queda sólo sugerido,
han pasado los meses
y el pintor interrumpe su boceto,
cada vez, la renuncia
a una forma mortal de la belleza.
En el ausente trazo del pincel
la línea, el horizonte
que conciben sus manos.

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