22 octubre 2005

Escrituras



Lo teníamos todo.
Todo, hasta la falta.
Pero ¿qué dijo la serpiente?
Nos hizo ver que estábamos desnudos.
Lo que se cubre lo que se vela lo que se oculta:
jugar con la madeja que ha tejido las trampas.
Es que los niños ignoran que son niños
(Ya lo sabemos, Césare, la infancia es la edad mítica)
Lo que sucede ahí, sucede para siempre.
Leemos. Escribimos.
Ellos nos leen y nos escriben y nos hablan.
Sé que son ellos, oigo sus voces, sus lenguas infinitas.
Ahora mismo, están ahí
los tendrás en la punta de la pluma.
(Plumas son alas, ala del Angel de la Piedad de Miguel Angel)
¿Ves qué caligrafía delicada?
Negra tinta en la grieta de la piedra.
Nombrar la flor decirme lila
decirle a ella, bautizarla
inaugurar esta cordera desobediente.
Dedo de dios, el que señala, todolotoca.
puede guiarnos hasta las islas.
-Te acompaño-
Cierro los ojos y navego. Sueño con barcos.
No hace falta conocer la curva del estuario
ni la forma precisa de la boca, no hace falta.
Fuimos, por eso somos. No sabemos nada más,
porque saber, de ningún modo, nos hace falta.
En las botellas
hervía un éter de besos transoceánicos
esos que no se dan, los que consiguen
mover el agua.
Quemar las cartas como quemamos todas las naves.
Después, sentarse
sobre esa pila de cenizas que fue un bosque
el de mi miedo, con tus signos en la fronda.
Hay que cavar, hasta el carbón.
Con las uñas, cavar hasta que sangre.
¿No te parece?
Apenas se percibe un grumo oscuro
un terrón húmedo, un murmullo de oraciones.
Oremos juntos, de eso se trata
sin duda habrá promesas de diamante.

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