25 marzo 2006
El bosque de los niños. Fábulas
I
Suponga que compra un regalo, lo envuelve en papel colorido y brillante, enlaza luego una cinta formando un moño primoroso. Suponga que se dispone a llevar ese regalo a la persona para quien lo pensó, lo compró, lo envolvió. En la calle, subrepticiamente, se lo arrebatan. Hay inseguridad. Existen los ladrones. Alcanza a ver el rostro del que huye con su primoroso paquetito entre las manos. Descubre con sorpresa, con azoramiento, con pena y sin gloria, que el ladrón es ni más ni menos que el destinatario de su regalo, sí, ése para quien usted lo pensó, lo compró, lo envolvió y le puso moño.
La mente del ladrón funciona acaso de ese modo: es incapaz de comprender que alguien podría ofrecerle con agrado, aquello que codicia. Compulsión al arrebato, ceguera.
A los que no pueden ver, les dicen ciegos.
¿Cómo les dicen a los que no saben ver? ¿Es posible nombrar una especie tan extraña?
II
El chico está ante el plato de comida. Separa con el tenedor lo que conoce y sabe que le gusta (lo más dulce) aparta el resto, lo aparta siempre, aunque nunca lo probó, cree que no le gustaría, (no sabe a qué sabe, sin embargo) el malcriado elige entre el pequeño espectro de lo que conoce (¿El pollo es una verdura, mamá?) Cosa de chicos. Caprichos que tal vez se corregirían de un modo violento: aquélla famosa cachetada a tiempo que faltó. No descartar la resistencia al golpe, también. Los chicos crecen. A veces, sin agrandarse nada.
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2 comentarios:
el ladrón no sabe como dar gracias.
Si sólo pudiera ver algo más que aquello que le falta...
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