25 septiembre 2005

Cuenta brillante



Entonces, brilló -un haz sobre su frente despejada-. Se abrió la puerta, el cuarto oculto donde la Pitia en trance, recibe la sentencia precisa de los dioses.
No estaba, sin embargo, iluminado. El mismo era la luz pendiente, el meteórico fuego de la estrella que persevera en el tiempo de los hombres, después de haberse apagado para siempre.
La segunda vez, brilló con ella: una mujer soberbia se inclinaba, ofreciéndose. Como si él pudiera ser el portador de lo imposible, o en sus manos ardiera una dorada provisión de maravillas.
Soplaban vientos de tormenta.
Dos veces se disolvieron sus reflejos contra los quebrados arrecifes. Pero eso ocurriría después, en el encuentro a solas: macho y hembra en la noche suspendida de las islas.

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