Si abrieras, desde el corazón, tus párpados profundos
ya verías los signos, las grietas en el suelo
donde acabarán hundiéndose
-con el peso aumentado de su impostura-
pueblos necios del norte.
Si pusieras sobre el mundo tus ojos verdaderos
verías, en bosques saturados de resina
cómo los apetitos del fuego
obnubilan el aire de cenizas grisáceas
(la luz descubre sombras a su paso)
o los hombres hambrientos que tiritan
a orillas de los mares congelados
mientras olas de pulida espuma
acechan sus espaldas
(el retorno del agua los destierra)
Si fijaras en ellas tus pupilas más puras
sabrías de esas niñas que temen los fantasmas
mientras miles de demonios familiares
saquean o demuelen sus infancias.
Sabrías qué cadenas malignas se entrelazan
en secuencias de azares aparentes,
cuántos cuerpos deambulan, ya del todo vacíos
por las calles centrales del lujo y la impudicia
o aún por los suburbios excesivos de nada.
Si de verdad miraras, apartado,
desandando tus pasos hasta el portal primero
donde asomaste al mundo
verías que los sueños de la razón engendran
los más horribles monstruos
y ocupan los caminos
y oscurecen los rastros.